Sobre mi cabeza el verde radiante de la hiedra rivaliza con el destello multicolor de las camelias. La naturaleza del entorno me transporta varios años atrás; a aquella noche que marcó el devenir de la historia, la noche del Nacimiento.
Y pienso que el acontecer de la vida marca, no pocas veces, giros inesperados, no siempre fáciles de asimilar. La voluntad humana lidiando batalla con los versos de nuestra idónea historia personal. Y es que, somos protagonistas de nuestra historia pero no dueños del argumento.
¿Cómo sería el camino de Nazaret a Belén? Imaginemos por un momento...
El cansancio acumulado tras un centenar de kilómetros recorridos, dolores de parto, vicisitudes del camino (frio, calor, viento, accidentes geográficos...), estado anímico fluctuante, desamparados en el destino y finalmente refugiados en un establo. Y allí, desprovisto de las comodidades más básicas, en medio de no pocas complicaciones y acostado en un pesebre, encontramos al Hijo de Dios.
El primer regalo del Recién Nacido fue, encontrar a Dios no sólo en las notas armoniosas de mi Vida sino en las pequeñas o grandes vicisitudes de mi Camino.